Los ignorantes
Étienne Davodeau
Ediciones La Cúpula 2012-06-10
Las ganas de
aprender siempre han sido una seña de identidad de la izquierda, por que así se
disputaba el monopolio del saber a las clases y poderes conservadores y por que
conocer el mundo es la clave necesaria para cambiarlo, para transformarlo.
Los avances
democratizadores, las revoluciones que triunfaron aunque luego retrocedieron,
los cambios en la formas de dominio de los poderosos, han permitido grandes
adelantos en la educación y han consolidado la cultura de masas. Pero sería de
necios renunciar a la condición de ignorantes ansiosos de aprender porque
siempre queda mucho por conocer y por descubrir..
La lectura de la
novela gráfica Los ignorantes de
Etienne Davodeau no nos va aportar más conocimientos técnicos, económicos,
científicos o saberes memorizables, eso no, pero su relato ensalza el
aprendizaje como apuesta vital, como elemento de comunicación y de intercambio
solidario; y por todo ello nos habla de
aprender a vivir. Se trata de una historia de iniciación mutua entre un
historietista y un viticultor, que compartirán sus respectivos trabajos para
enseñarse y aprender mutuamente. Durante el periodo de una cosecha, o sea desde
la poda de la viña hasta el cuidado de los caldos en la bodega, Davodeau,
ignorante del mundo del vino, trabaja gratis para Richard LeRoy que no sabe nada de los cómics, con el acuerdo
previo de que ambos han de enseñarse y aprender mutuamente de sus oficios.
Este proceso exige
un espacio común que permita un grado de conexión básico. Así de entrada no
parece que haya similitud entre en común el mundo del cultivo de la vid y
elaboración del vino con el de la creación historietística?. Y sin embargo
descubriremos como en este caso concreto son dos procesos creativos que
comparten el hecho de que en ambos casos lo que se cultiva, lo que se realiza
alcanza su verdadero valor al ser leído o ser bebido. Dos procesos en los que
la parte industrial interviene después de la artesanal, después de las que las
manos de las personas hayan trabajado ideas y formas o hayan moldeado las cepas
y cultivado sus frutos. Por otra parte ambos comparten también el compromiso
con su obra, sienten cariño por ella, la analizan, la estudian para conocerla
mejor, para mejorarla y transmiten con ella
parte de si mismos. No estamos hablando evidentemente de producción “standard”,
de repetición de clichés, sino de obras, de vinos y libros que tendrán una
característica propia y única para cada mirada y para cada paladar.
En la trayectoria
creativa de Etienne Davodeau ya existe
el precedente de Rural libro que narra su estancia en una granja ecológica
como obra basada en una experiencia concreta. Por otra parte tanto en dicha
novela gráfica, como en Las malas gentes, biografía de la
militancia sindical de sus padres o en sus libros de ficción costumbrista como Caida de Bicicleta, Lulú retrato de mujer
desnuda…, este autor demuestra esa especial habilidad narrativa, marca de
la casa, para captar y recrear los detalles, actitudes, palabras, situaciones
que hablan de las personas, que nos acercan a ellas, que nos ayudan a
definirlas. Todo ello aporta calidez, proximidad a
nuestro particular aprendizaje, porque también aprendemos mucho nosotros
tanto de vinos como de historieta. En sus conversaciones entre ellos dos y
sobre todo en las visitas a autores o a Salones de Bande Dessinée sus palabras nos hablan y nos interrogan sobre el
cómic, de forma que accedemos a los intríngulis de su creación. Y al revés mediante
la descripción del laboreo de la viña, en las charlas con otros bodegueros, en
el mismo acto de beber, accedemos a una serie de elecciones sobre el cultivo y
sobre el vino y sobre los motivos que justifican las diferentes opciones. .
Hay también la
afirmación implícita del valor de la diversidad, la relación entre lo local y
lo universal, la identificación entre los comiqueros coleccionistas de números
uno y los bebedores de etiquetas, es decir los que guardan en sus bodegas
valiosos caldos pero beben mediocridades. Y es que Los ignorantes es también una defensa del placer para la vista, el sabor y el cerebro, de un disfrute
reforzado por el conocimiento y el saber compartir, un placer libre y solidario
que rechaza las dictaduras de las modas
y del marketing y que prefiere ser consecuente y beber agua antes que un vino indecente.
En este sentido engarza
con una parte de la tradición marxista muy olvidada, porque apenas se
desarrolló: la del Derecho a la pereza teorizado por Paul Lafargue, yerno de
Marx que defendió anticipadamente el derecho a disfrutar, lo que ahora
tímidamente aparece en algunos planteamientos de la izquierda como el derecho a
la felicidad.
Puede parecer que
hablar en estos momentos de ocio, cuando lo que falta es trabajo, es una
frivolidad, pero no olvidemos que esta crisis no es sólo una crisis económica
es una crisis de civilización. De la que no saldremos sino reconsideramos los
paradigmas de necesidades y valores que hemos seguido mayoritariamente hasta
ahora.
Pepe Gálvez
0 comentarios :
Publica un comentari a l'entrada